sábado, 17 de septiembre de 2011

Cara y cruz de Telecinco

Una serie surgió hace poco y tras una abundante promoción ha sido estrenada y vapuleada a placer. La otra, rodada en su totalidad hace tiempo, se pasó más de un año cogiendo polvo en algún lado hasta que decidieron emitirla como quien no quiere la cosa. Irónicamente, la calidad de ambos productos es inversamente proporcional al interés que la cadena de Vasile ha puesto en ellos. Esta semana he visto los dos primeros episodios de Cheers y Punta Escarlata, dos formas muy distintas de hacer televisión aunque emitidas por la misma cadena.


Pues sí, no he podido evitar caer en la tentación y he visto la serie más masacrada de la semana, la versión autóctona de... no, espera. El bar es casi el mismo, cambiando los detalles deportivos, y algún personaje incluso se asemeja, pero salvo algunos chistes copiados, el parecido resulta escaso. Es llamativo que alguien con mi memoria y tras tantos años sin ver la serie original se dé cuenta del calco de frases, aún cuando en este supuesto remake quedan sosos, no sé si porque los chistes ya caducaron o por falta de chispa al soltarlos.

En Twitter algunos han rebautizado esta serie como Los Cheeranos, por aquello de que, al menos en los dos episodios emitidos, el protagonismo recae en exceso sobre Antonio Resines, encarnando a un papanatas de psiquiatra que no llega ni a la sombra de la suela de los zapatos de Frasier Crane. También dicen que ésta se parece más a su anterior serie, Los Serrano, que a Cheers. Yo aquí no puedo opinar, puesto que sólo he visto fragmentos sueltos de aquel sueño de Resines hecho serie, pero con lo que sí he encontrado parecido es con las películas de Pajares y Esteso (la striper, los tíos en calzoncillos, la hipnosis de parvulario...). El problema de la serie es que llega con décadas de retraso, y siendo una obra actual es imposible mirarlo con ojos de antaño, aparte de que no me imagino a los originales en situaciones tan burdamente rodadas.

Así y todo, la serie no me pareció tan abominable como había leído, incluso debo admitir que llegó a sacarme alguna sonrisa (quién sabe si con algún chiste mejor reciclado), pero sí es cierto que es una serie mala con ganas, sólo salvada por su corta duración (30 minutos), y por la aparición como secundario de Luis Varela, aunque sea practicamente repitiendo su papel de jefe agrio de Camera Cafe. Sus intercambios con nuestro Sam Malone fueron de lo mejorcito del show. Hay quién ha alabado también la actuación de Alexandra Jiménez, pero personalmente la encontré más fuera del agua a ella en la serie que a su personaje en el bar, al igual que a la otra camarera. Por no hablar de los sosos y poco creíbles Yuri, Mister, y como quiera que llamasen aquí a Cliff.

De todas formas, lo mejor de este Cheers ha sido devolver a mi cabeza aquella entrañable canción (aquí violada sin reparos por Dani Martin), y, vaya, que me han dado ganas de volver a ver la original, que ni recuerdo si llegué a terminar.



Por contra, Punta Escarlata me ha sorprendido muy gratamente. Me acerqué a ella con recelo, había leído muchas cosas buenas sobre ella, pero también he leído cosas exageradamente buenas sobre El Barco, serie que engancha pero que hace aguas por muchos frentes. Otro de mis temores era encontrarme con un mero remedo de Patricia Marcos: Desaparecida, aquella excelente mezcla de investigación y drama familiar, pero, aunque tengan ciertos puntos en común, son dos obras bien distintas, estilísticamente al menos.

Al igual que en aquella, aquí nos encontramos con una realización cuidada, con una fotografía claramente española pero que por momentos que se escapa de lo habitual en nuestro país, en este caso acompañada de una cámara inquieta, temblorosa, pero sin llegar a los excesos de Policías de Nueva York o The Shield. Así mismo, la narración está plagada de planos cortos, certeros, flashbacks muy bien llevados y dosificados, o momentos ligeramente poéticos, como la hoja cayendo tras un suicidio, o la salpicadura de vino ciertamente evocativa de otro líquido rojo. Incluso, en sus últimos minutos, me ha traído recuerdos de ¡Twin Peaks! Y sin desmerecer, pese a las evidentes diferencias.

El hecho de dotar al relato de esos pequeños añadidos, como también lo son la taza de Dexter que lleva el forense cascarrabias, la voz en off del policía (excelente recurso para el resumen del episodio anterior) o los planos cortados bajo la lluvia que cierran el segundo episodio, elementos de los que muchas otras series prescindirían, evidencian el mimo con el que se ha hecho la obra, dándole al conjunto algo más de categoría.

También el hecho de ser una trama cerrada le hace ganar muchos puntos, puesto que aquí no nos perderemos en temporadas dando vueltas sobre lo mismo. La trama, aunque se recree aquí y allá en subtramas amorosas y momentos como la aparentemente improvisada discusión sobre habilidades psíquicas (o quizás sólo parezca improvisada por la naturalidad de la misma y la nerviosa forma en que está rodada), insiste en no perder el rumbo, está claramente centrada en el misterio sobre el que se mueven las historias personales de todos los personajes.

Lo peor: ese mal casi endémico de las series españolas, la hora larga de duración por episodio, aunque el poder verlos a mi ritmo lo hace más llevadero. También rechinan las actuaciones en algún momento puntual (especialmente en un par de escenas claramente dobladas en estudio), pero en los dos episodios vistos hasta ahora no hay interpretaciones que echen para atrás, ni siquiera entre los más jóvenes, cosa bastante habitual en otras series españolas del género. Mención especial merecen Nadia de Santiago, en un papel complicado pero del que consigue salir airosa, con un aura de belleza misteriosa del que carecía las otras veces que la había visto, y Javier Coll en un rol bien alejado del que hacía hasta hace bien poco en Doctor Mateo.


Así pues, salvo que intenten sorprender con una resolución artificiosa, creo que disfrutaré de lo que queda de Punta Escarlata, y en algún momento volveré a visitar Cheers... en Boston, no en Madrid.